sábado, 24 de abril de 2010

Apología de la siesta



La siesta es una costumbre consistente en descansar después de haber tomado el almuerzo. Está presente en algunas partes de España y en el resto del Mediterráneo, pero también en Latinoamérica, en el sur de China, Filipinas, India y Oriente Medio. La siesta es más bien una práctica de países con clima cálido o caliente, en las horas más tremendas cuando el sol está en el cenit. El calor no permite o aconseja actividades muy físicas y el trabajo y demás actividades son dejados para horas más frescas. Se entabla un sueño más o menos breve con el propósito de reunir energías para el resto de la jornada.


Esta palabra viene de la expresión latina hora sexta, que designa al lapso del día comprendido entre las 12 y las 15 horas, momento en el cual se hace una pausa en las labores cotidianas para descansar y reponer fuerzas. La lengua castellana ha sido la que ha creado el término.

No se trata sin embargo sola y sencillamente de una costumbre española o mediterránea, sino de una consecuencia natural del
descenso de la sangre después de la comida desde el sistema nervioso al sistema digestivo, lo que provoca una consiguiente somnolencia. Teniendo en cuenta lo copiosas que suelen ser las comidas [o almuerzos, es decir comidas de medio día] españolas y mediterráneas, frente a otras rutinas y regímenes alimenticios europeos que distribuyen las comidas abundantes más hacia el principio o el final de la jornada, la siesta es pues una reacción adaptativa y respetuosa del proceso fisiológico. Además es resultado de la propia cronobiología ya que independientemente de haber comido o no, la depresión postprandial es un elemento que surge tras aproximadamente ocho horas tras el despertar. En ese lapso es cuando hace más calor, e incluso los animales retornan a sus guaridas para descansar.

Durante la siesta, es posible
acostarse simplemente para dormitar o dormir francamente. El tiempo varia según las personas, de diez minutos a varias horas. Costumbres y gustos personales aparte, lo correcto es cumplir como mínimo un ciclo completo de sueño, es decir de 90 minutos de media. Está demostrado por neurólogos dedicados a la investigación del sueño que la siesta con sueño mejora la salud en general y la circulación sanguínea regulando la presión arterial en particular. Previene del agobio o el estrés y así, favorece la memoria y los mecanismos de aprendizaje. Proporciona la facultad de prolongar la jornada al poderse resistir sin sueño hasta altas horas de la noche con poca fatiga acumulada. Una siesta larga puede trastocar el reloj biológico natural y causar insomnio por la noche, por ello su duración depende del reparto de actividades de cada persona a lo largo del día. Cuanto más larga la siesta, menos se dormirá de noche pero permitiendo ello aprovechar las horas más frescas de la tarde y la madrugada. El tiempo de sueño diario se ve así repartido en dos veces.

Pero tratar de la siesta no significa sólo tratar de ese momento de sueño, pues la siesta es también un evento, un lapso de tiempo social y cultural en la tarde. Un momento que se prolonga más o menos, que va desde que uno "se va a hacer la siesta" hasta cuando uno
"se levanta de la siesta". La siesta puede practicarse solo o acompañado, a uno, dos o varios. En una cama, o en "la cama", en el sofá, en el suelo, donde más y mejor provoque, donde se pueda. La siesta no es sólo dormir, de ahí que puede volverse "romana". La siesta romana se practica solo o sola, o acompañados, y en ella se practica sexo antes o después, o antes y después del sueño. También durante la siesta, se puede leer algo, tumbado en la hamaca, o simplemente pensar esperando el sueño. También se puede escuchar algo de música, un programa de radio o de tele, a sabiendas de que uno se dormirá antes de que acabe. Bien sea como más apetezca, la siesta es un momento de relajación, de descanso, que parte la jornada en dos y ofrece vivir como dos días en uno.

En Occidente, o mejor dicho en las regiones de clima menos agraciado y más frío, y de hecho en los lugares donde el capitalismo arrasa con su depredadora alienación, la siesta es a menudo considerada como un lujo, un tiempo robado al tiempo de trabajo u otras actividades útiles. Si alguna vez se considera o permite, y algún postmoderno hasta la aconseja, es con la condición de que sea de lo más breve, minutos contados, y con el único motivo de mantener o aumentar la productividad. Dando por ahí la razón a la siesta misma como necesidad biológica pero atándola, negándole la libertad de práctica cultural y costumbre. No tomando en cuenta que la siesta permite alargar el día demorando su duración, aumentando así el número de actividades posibles aunque no sólo laborales. La cuestión central siendo llanamente el trabajo con su sometimiento contradictorio de la consciencia y no los beneficios fisiológicos, ni mucho menos la simple y sencilla felicidad, la oportunidad de relajación y el necesario descanso. Como debería humanamente ser, sin prisas ni agobios. Pues la siesta es ese momento de libertad personal en el día y, como la pereza, también puede ser una saludable y libertadora respuesta a esa alienación. Y es.

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