jueves, 23 de septiembre de 2010

Llega un tiempo


Llega un tiempo en tu vida en que te das cuenta de que nunca serás un genio de la música como Marvin Gaye, que nunca pondrás de pie Old Trafford dando un pase de gol desde la línea de fondo, ni que de tu pluma jamás cobrará vida un personaje como el de Jay Gatsby y que nunca compartirás tu cama con una rubia como la Deborah Harry de Blondie, en la época del "Parallel Lines". Entonces, comienzas a cambiar tus prioridades, a cambiar los objetivos que quieres alcanzar en la vida. Por ejemplo, estás más que satisfecho con hacer sonreír a la chica de los ojos verdes, con poder leer "El Legado de Humboldt" mientras suena "Mansard Roof" en los altavoces de la cadena de música o con algo tan sencillo como la satisfacción del trabajo bien hecho.

     La existencia es sencillamente complicada. Parafraseando al bardo de Strattford, todo esto es una historia de ruido y de furia, llena de frustraciones, de derrotas, de sinsabores y de desgracias, en la que, de vez en cuando, se produce alguna alegría que nos mantiene la ilusión por seguir viviendo, por continuar intentándolo. Pero, después de todo, esto no tiene ningún significado. Llega un momento en que te paras a pensarlo y no puedes más que soltar una sonora carcajada, pintarte una comprensiva sonrisa en la boca mientras se observa a los que nos rodean, a nosotros mismos cómo nos afanamos y nos preocupamos, al igual que si fuésemos abejas obreras, por lo que piensan los otros de nosotros, por compararnos con alguien a quien admiramos y envidiamos, porque nuestros sentimientos no son correspondidos e incluso son despreciados.Y sólo te puedes reír porque te das cuenta del peso con el que inútilmente nos cargamos y de la insignificancia de la mayoría de estas cuestiones.
    Ha habido hombres que han perdido la razón por amores no correspondidos, que han languidecido por la aprobación nunca conseguida de los demás, que se han desesperado por no lograr lo que deseaban y les ha llenado de frustración. No podemos evitar que esto ocurra, pero tampoco hay que regodearse en el sufrimiento porque las cosas simplemente pasan y hay que aceptarlas, superarlas, convivir con ellas, aunque no sea fácil.
    Así, llega un tiempo en que te das cuenta que debes renunciar a cierta clase de cosas, en que debes saber a que no puedes aspirar, pero sí lo que puedes conseguir y disfrutar. Y llega un momento en que esto es como las historias de Raymond Carver, sin principio ni final, en las que las existencias fluyen y fluyen sin porqué, sin estar concebidas de antemano y en las que lo más sensato quizás sea no preocuparnos más que lo necesario.  

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