martes, 12 de octubre de 2010

El perfil bueno (Microrrelatos sonoros IV)



El cruce de la 42 con Times Square no es un sitio demasiado seguro. Alguien dijo que se llama la calle 42 porque no estás seguro si pasas en ella más de cuarenta y dos segundos. Pero también es el único sitio dónde, de verdad, puedes pasar un buen rato en Nueva York. Las putas hacen guardia en las farolas, los chulos les sacan el dinero a bofetadas y siempre puedes encontrar algún semental que te la chupe por unos pocos dólares. Además, si estás atento, no es extraño cruzarte con alguna cara conocida. Hace unas semanas, me dijeron que vieron a Rock Hudson con un cowboy de medianoche y, la semana pasada, Sinatra y Dean Martin se dejaron caer para pillar un poco de polvo blanco.
    Pero, está ya amaneciendo y me extrañaba que no apareciera. Allí viene, sin zapatos y con la ropa hecha jirones, con los ojos alucinados y tan colocado que, si le partieras la cara, ni siquiera reaccionaría.
     - ¿Dónde he visto a ese tío? - me dice uno de los camellos, con su pelo grasoso y su piel más blanca que la nieve.
     - Tal vez lo hayas visto en 'Río Rojo' o en 'De aquí en la eternidad' o quizás en 'Un lugar en el sol'.- le contesto.
     - Ah, sí. Es el actor éste. ¿Cómo se llama?
     - Es Montgomery Clift, cariño.
     El camello le llama por su nombre. "Hey, Monty, Monty", le grita. Dios, está hecho un guiñapo. Mira a un lado y a otro, como si fuese un ciego, buscando a quién le llama. Su rostro parece una máscara, una máscara trágica de ésas que llevaban los griegos cuando hacían teatro y que tenían una sola expresión.
      - ¿Qué coño quieres? - le responde, con una voz que casi no se entiende.
      - Fírmame un autógrafo, si puedes. - le suelta el camello, antes de echarse a reír.
      Seguro que se va a buscar a uno de esos chicos negros que te la maman en cualquier callejón por diez dólares o alguien que le pase unas cuantas pastillas para que le adormezcan ese dolor que no desaparece, que por mucho Nembutal que se tome, le martiriza como una condena interminable.
      Las chicas saben que le he visto muchas veces en la 42 y siempre me preguntan por él, siempre quieren que les digas si es tan guapo como en las películas.
      - ¿Cómo es al natural?
      - ¿Has hablado con él?
      - Seguro que es muy simpático, ¿verdad?
      Les miento, les digo que sí, que es un gran tipo, que está tan guapo como en aquella película en la que vestía de militar. Porque sé que no puedo decirles que Monty se quedó en aquella carretera donde tuvo el accidente, donde desapareció su luz y donde se terminaron los aplausos. Además de dejarse la cara en ese coche hecho añicos, perdió lo poco que le quedaba de cordura y de seguridad en sí mismo. Ellas no esperan oír eso. Y asiento con la cabeza, porque ellas no quieren escuchar que es un muñeco que necesita de litros y litros de alcohol para sentirse un poco menos desgraciado.
      Camina calle 42 abajo, mientras el sol ilumina el cielo de Nueva York. Masculla en voz alta palabras que no soy capaz de comprender. Quizás le pide cuentas a Dios por ser tan infeliz o quizás sólo pide que le iluminen su perfil bueno.

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