martes, 4 de enero de 2011

De psicopatías y demás



Me gusta ir al diccionario de la Real Academia de la Lengua a buscar la definición de alguna palabra que suelo utilizar con cierta asiduidad. Más que nada lo hago para comprobar que el verdadero significado del vocablo que utilizo se corresponde con lo que quiero expresar. Ese es el caso, en los últimos tiempos, de la palabra psicopatía. Nuestro querido diccionario de la RAE (oh, gran faro que ilumina nuestros caminos lingüísticos), en una de sus definiciones, nos dice que es una "anomalía psíquica por obra de la cual, a pesar de la integridad de las funciones perceptivas y mentales, se halla patológicamente alterada la conducta social del individuo que la padece".

De forma inesperada, como suelen suceder las cosas en esta existencia tan caótica e imprevisible que nos ha tocado vivir, me he dado cuenta que cuadra a la perfección con una historia de la que me he convertido, como si fuese Jean-Paul Belmondo, en testigo de excepción. Conociendo este caso, me ha dado por pensar que hay personas que, a pesar de ver y percibir la realidad sin ninguna dificultad, la interpretan de una manera alterada y la comprenden como a ellos les place o como a ellos les gustaría que fuese. Esto no tiene nada de malo, al fin y al cabo cada uno se cuenta las mentiras necesarias para poder sobrevivir.
El problema es que no somos personas aisladas, el problema es que nuestra percepción de la realidad debe convivir con la de los que nos rodean, con la de aquellos con los que relacionamos. Ahí viene lo complicado de la psicopatía porque hay personas que ven una cosa, cuando a su alrededor la gran mayoría interpreta algo diferente. Más se complica la situación si, en medio de estas percepciones, entra en juego el aspecto de los sentimientos. Como escuché en algún lugar, te suelen pillar por sorpresa y son capaces de producir catástrofes más dolorosas que un tsunami.
Cuando se junta ese cóctel tan explosivo, puede llegar un momento en que una persona acabe poniéndose entre la espada y la pared y que sepa que, con cualquier movimiento que haga, va a sufrir algún daño. Pero, en ocasiones, ese movimiento es necesario y aunque pueda producir dolor durante un tiempo, tanto a quien realiza el movimiento como a quien tiene que recibirlo, es mejor hacerlo porque igual sirve para curar alguna clase de psicopatías. O al menos sirve para dejar muchos interrogantes resueltos y quitarnos de encima situaciones que no hay por qué soportar. 

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