domingo, 20 de febrero de 2011

Demasiado tarde para el cielo



Una vez más, te descubres herido por unas flechas traicioneras que te dejan a mitad del camino en una carretera que no conduce ninguna parte. De repente, la ilusión que albergaste se hiela por culpa de un intenso frío que no sabes muy bien de dónde viene y te congela la sonrisa para dejarte una mueca de frustración. Te encuentras teniendo una seria charla contigo mismo, hablando con un interlocutor invisible por calles vacías iluminadas por la pálida luz de las farolas para intentar poner orden a un caos que gira y gira en tu cabeza y perturba tus sueños.

La respuesta al enigma no te la darán ni Jackson Browne, ni Lucinda Williams, chico, por mucho que el toca discos reproduzca sus canciones, una y otra vez, como si tratases de exorcizar algún demonio. Mientras Browne se esfuerza por contarte por enésima vez una historia más de California, te preguntas por qué no todo podría ser más sencillo y por qué no hay algún lugar o alguna forma de que se materialicen con una claridad prístina las certidumbres que te gustaría tener. Pero, sabes que es una quimera que no alcanzarás nunca porque eres consciente de que estás metido en un laberinto del que hace tiempo perdiste el hilo que te conducía a la salida y quizás lo único que te queda por esperar es a que aparezca el Minotauro.
Y ves que es demasiado tarde para el cielo. Para tí no hay reservados fuegos artificiales, ni grandes celebraciones. Acaso hay guardado algún instante en que vislumbrarás el cielo, un momento de calma, pero poco más.   

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