Y es que como dice el dicho, las prisas nunca son buenas consejeras y una buena parte de nuestros errores, de nuestros fallos y de nuestras equivocaciones suelen ser producto de la precipitación, de esa necesidad de tener la cabeza en mil lugares a la vez y estar atentos a tantos frentes que, al final, no se le presta una verdadera atención a ninguna de ellos.
Por eso, siempre es bueno darle un descanso a nuestra cabeza, dedicarse a dar un largo paseo o a leer algún libro que nos haga olvidar la rutina, echarnos en el sofá con las obligaciones por realizar, decir que no a algún compromiso social para quedarnos en casa, escuchando algún buen disco. Porque parece que se nos haya denegado el derecho a perder el tiempo, a malgastarlo haciendo cosas que no sean productivas, pero sí satisfactorias, al menos satisfactorias para nosotros mismos.
Así que quizás ya va siendo hora de no sentirse culpable por perder el tiempo y no atender a todas esas obligaciones, esos compromisos muchas veces impuestos a cambio de un poco de reposo y claridad.
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