domingo, 15 de agosto de 2010

Ahora que estás embarazada (Microrrelatos sonoros III)



Y allí estaba él parado, apoyado contra la pared de aquel solar abandonado que llevaba más de veinte años con un cartel colgado de “Próxima Construcción”, fumando un cigarrillo detrás de otro, a la espera de encontrar las fuerzas necesarias para entrar en aquella zapatería y tenerla cara a cara. No era la primera vez que lo hacía; ya había perdido la cuenta de las ocasiones en que se había quedado parado allí, frente a la tienda de zapatos en que ella trabajaba, para observarla, mientras ensayaba mentalmente las palabras que quería decirle, mientras repasaba una y otra vez su declaración de amor.


La noche anterior había muerto Johnny Cash y la había visto en el pub de la esquina, el Donnegan, hablando con otra gente, desconocidos para él y pensó que seguro que les decía cosas encantadoras, esa clase de cosas que a él nunca le había dicho cuando estaban juntos. Pero no se le escapó la mirada que ella le dedicó al marcharse, ni que sonaba “I walk the line” cuando ella cruzó la puerta.

Y le habían dicho ahora que ella estaba embarazada, que iba a tener un hijo del tipo ese con el que salía, ese tipo al que no podía soportar, al que no había podido aguantar nunca, ni en los días del instituto cuando eran compañeros de clase. Siempre le había parecido un idiota, sin el menor sentido del humor que se había dedicado toda su vida a aprovecharse de los demás para conseguir lo que quería, pero la verdad era que él era quien se acostaba al lado de ella cada noche y el que se encontraba con sus ojos cuando se abrían por la mañana y con quien ella deseaba compartir su vida y su cama.

Lo que pasaba es que no se la podía quitar de la cabeza y ella hacía lo necesario para que así fuese. Había que admitir que no eran más que dos chiquillos cuando ella le dijo que ya no le quería, cuando le dejó y cuando, a pesar de que ella le pidió mil veces perdón, él jamás había conseguido perdonarla. Pero, desde entonces, de una manera u otra, nunca se habían perdido la vista y, regularmente, como si ella no quisiese que él perdiese el hechizo de su perfume, él acababa por acostarse en su cama alguna noche.

Y Johnny Cash había muerto aquella noche y estaba convencido de que, si se lo hubiese dicho, ella le habría contestado que no era como Elvis. Y también le hubiese gustado contarle que le encantaba el jardín que había en el patio trasero de la casa de sus padres y que le gustaba caminar descalzo por el piso en el que había vivido en Glasgow y que sólo era feliz las noches en que cantaba, en algún bar, con sus amigos aquellas canciones que componía y hubiese deseado poder decirle que la adoraba y que lo único que de verdad quería era besarla una vez más. Pero ella no sabía ninguna de esas cosas y, ahora, estaba embarazada de otro hombre.

Menos mal que tenía los cigarrillos que le servían de terapia y le entretenían, mientras no dejaba de pensar y pensar en ella y en lo que podía decirle y en si, verdaderamente, merecía la pena decírselo. Podría haberse subido en el primer tren que saliese de la estación y marcharse de allí, para empezar de cero en otro lugar, en Londres por ejemplo o en Sheffield, donde vivía su hermano y olvidarse de ella. Olvidarse de cómo jugaba con él y de cómo la quería, cómo la quería sólo para él. Pero no iba a hacerlo porque ella era tan hermosa y él la deseaba tanto que no podía alejarse de allí, de la puerta de esa tienda, ni de su piel suave y su mórbido cuerpo.

Podría entrar e ignorarla, hablar con las otras dependientas y comprarse un par de mocasines negros; fingir que no existía para hacerla rabiar. Pero era inútil, porque a ella poco le importaban esas chiquillerías. Ella sabía que, en el momento en que le necesitase, él no tardaría ni un momento en correr a su lado. O podría entrar corriendo y abalanzarse sobre el mostrador para besarla en la boca y decirle que la adoraba, que simplemente la adoraba, que debían estar juntos hasta el final de sus días.

Se sacó el paquete de cigarrillos y se encendió otro, lentamente, mientras no dejaba de repetirse que Johnny Cash había muerto esa noche.

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